J. A. R.

30 KILOS MENOS

 

No quiero empezar hablando de kilos. Aunque a veces lo parezca, no son lo más importante.

 

Hace cuatro meses yo me acercaba a mi cincuenta cumpleaños. Poco a poco, sin ser del todo consciente de ello, había ido dando por cierto que las partes más importantes de mi vida ya habían quedado atrás. Que lo que tenía por delante ya solo era sentarme en una silla y esperar. Yo, que siempre había tenido cien proyectos en el aire y cien más en la recámara. Que tengo a mi lado a una mujer que siempre mira – y empuja – hacia adelante. ¡Que tengo un hijo de diez años! Me había convencido de que ya solo quedaba esperar. Tan tonto y tan duro como eso.

 

Durante la mayor parte de mi vida he sido delgado; además sin esfuerzo, sin privarme ni echar cuentas de nada. Hace unos años conseguí dejar el tabaco, un logro del que estoy orgulloso y al que no pongo pega alguna, pero a raíz de ello descontrolé mi relación con la comida y de “no cuidarme” pasé a “dejarme llevar”. Me acercaba a los cincuenta años y también a los cien kilos de peso. Había engordado en lo que a mí me pareció un parpadeo; con el sobrepeso disminuí mi actividad física, perdí agilidad y gané todavía más peso. Con la obesidad se disipó mi entusiasmo, no tenía ganas de hacer nada más que sentarme y esperar. Y seguir comiendo. Si pasaba delante de un espejo me parecía ver a una persona que no era yo. Y era cierto: por dentro, en el interior, tampoco era la persona que siempre había sido.

 

Al mismo tiempo, mi mujer estaba sufriendo un proceso parecido. Afortunadamente ella mantuvo mejor la cordura y supo identificar el origen del problema. Ella fue quien dio los primeros pasos, solo me pidió compromiso para continuar andando junto a ella. Yo acepté, pensando que tampoco era tan grave: con cincuenta años, lo “natural” es engordar. Y empezar a envejecer.

 

Una amiga nos habló de su experiencia con Ylenia y decidimos intentarlo. Desde nuestro primer contacto con ella las cosas quedaron muy claras: qué teníamos que hacer, qué podíamos esperar y cuál era la ruta para alcanzar nuestro objetivo. Todo transmitido con seguridad y, mejor aún, con una pasión contagiosa. Mi mujer y yo supimos que, si iniciábamos ese camino, había de ser con todas las consecuencias y con todos los sentidos puestos en seguirlo al pie de la letra hasta el final, pues cualquier desviación nos llevaría a un intento baldío más. Como dijo el sabio de la película: "Hacerlo o no. Intentos no hay". Así que nosotros aportamos nuestra férrea decisión e Ylenia su conocimiento, apoyo constante, ánimo, firmeza… y la aguja de la báscula empezó a bajar desde el primer momento.

 

Reencontré mi energía. Durante todo el proceso me sentí como si mi “yo auténtico” estuviese luchando por regresar a la superficie tras haber estado ahogado entre montañas de grasa y desidia. Recuperé, casi desde la primera semana, las ganas de moverme, de hacer cosas. Volví a trazar proyectos. Cada vez tenía menos tiempo de pensar en la comida y más para mi familia y también para mí. Pronto empecé a reconocerme en el espejo.

 

Hoy estoy llegando al final de este proceso. Los cien kilos están muy, muy lejos; cumplí los cincuenta y soy quien siempre fui, pero mejor. Sé que debo mantener la guardia alta, conozco lo que está en juego cuando uno se pierde el respeto a sí mismo.

 

Ahora me gusta como soy. Como mejor que nunca y me intereso mucho por la alimentación y por el cuidado del cuerpo, me parecen importantes en cuanto a que constituyen los cimientos sobre los que podemos lanzar nuestra vida al vuelo. Son herramientas, nada menos – y tampoco nada más.

 

Ah, el peso: en estos cuatro meses he dejado treinta kilos atrás, en un camino que no volveré a recorrer.

© Ylenia López-Llata

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