R. S.

15 KILOS MENOS

 

Todo empezó con un simple replanteamiento vital, no sé si por estar en la década de los 30 que hace que me lo plantee todo dos veces… De pequeño era un chico gordito, de esos a los que en el cole los “malotes” disfrutaban llamándome “gordo” y cosas así, y aunque en casa justificaban mi peso con un “no estás gordo, estás fuerte” ninguna de las buenas palabras de mi madre eran suficientes para modificar el peso marcado por la báscula.

 

Pasó el tiempo y una vez en la Universidad decidí cambiar mis hábitos, empezar a hacer deporte y bajar de peso, algo que conseguí gracias a mi empeño, el estrés de los exámenes y la genética de los 20 (que es muy agradecida y “pirómana”… lo quemaba todo). Una vez incorporado a la vida laboral, la vida en pareja y cierta relajación vital, empecé a darme cuenta de que los 30 venían con un regalito: la madurez física. Mi cuerpo empezaba a no reaccionar tan bien como antes, empecé a coger peso y me di cuenta de que los esfuerzos por mantenerme en un peso y en una talla aceptable, eran cada vez mayores.

 

Es verdad que mis hábitos alimenticios cambiaron, la comida rápida, el “picoteo” a cualquier hora del día compensaban la falta de horas por quererme más a mí mismo, y dedicarle más horas al trabajo, la oficina y la vida sedentaria. Era el mes de Junio de 2013 cuando me di cuenta de que en mis fotos asomaba el fantasma “gordito”, la ropa no me quedaba tan bien y crecía peligrosamente hacia una talla demasiado grande para mi estatura (1.71). El caso es que en el trabajo me costaba concentrarme, no me gustaba la forma que estaba tomando mi cuerpo y decidí tomar cartas en el asunto (y entre grandes críticas de mi entorno que en su mayoría me veía “bien”).

 

Justo debajo de mi casa había una clínica que aglutinaba varias especialidades médicas, y un día de camino al trabajo me llamó la atención un cartel en el que se hablaba de “dietas” y de “educación alimentaria”, algo que me hizo plantearme seriamente llamar a su puerta. En menos de cinco días estaba visitando a Ylenia, con la ilusión de empezar un nuevo proyecto con el fin de volver a quererme como antes y aprender a comer.

 

La primera visita fue larga… más de una hora explicando mi situación y planteándole un objetivo de “definición” (me había autoconvencido de que lo que necesitaba era definir y sacar músculo para estar a gusto conmigo mismo), pero Ylenia desde un primer momento me habló de una “dieta de descenso” antes de alcanzar mi objetivo de “cuerpo 10”. Una vez en la báscula (llevaba años sin pesarme por eso de no querer conocer la realidad) mi cara se convirtió en un emoticono de ojos abiertos como el del WhatsApp, y me di de bruces con la realidad: estaba 8 kilos por encima de mi peso “ideal”, y muy por encima del índice medio de grasa corporal. Según las tablas de Ylenia estaba en una franja de “peligro”, vamos, fatal.

 

Primero me entregó lo que sería la primera fase de mi dieta (¿primera fase? Pensé… ¡Pero cuánto tiempo voy a estar a dieta! Empecé a sudar…), jamás olvidaré ese día, y lo acertada que estuvo la visita porque unos meses después me convertí en una persona NUEVA.

 

En esa primera fase había una gran cantidad de alimentos desconocidos para mí: fruta, verdura cocida, alimentos desnatados, edulcorantes, etc… y me deshice de falsos mitos como que una ensalada de lechuga, tomate, queso Idiazábal, un cóctel de frutos secos, remolacha y un buen chorro de vinagre balsámico de Módena suponían una ingesta de lo más sana y natural antes de irme a la cama, y antes de tomarme, eso sí, mis dos onzas de chocolate Nestlé.

 

La primera fase fue dura, pero un gran aprendizaje para conocerme a mí mismo, saber qué es lo que necesita mi cuerpo y prescindir de alimentos innecesarios que suponen un aporte extra de calorías, y una adicción incontrolable. Por eso lo primero que hice fue deshacerme de las tentaciones de mi cocina y hacer una nueva compra con todas las cosas recomendadas para esta primera fase. Para mí ese es uno de mis grandes aprendizajes con Ylenia: si en casa no tienes tentaciones, es una primera batalla ganada. Fuera pan, chocolates, fuera frutos secos, fuera postres variados, etc. Y llené mi nevera de fruta, verdura, alimentos desnatados, pavo, pollo, etc.

 

Me había propuesto DISFRUTAR de esta fase de descenso, y aprovechar el camino para descubrir nuevos hábitos culinarios. Además me cambié de gimnasio con el fin de buscar refuerzos y nuevas motivaciones que me hicieran disfrutar del deporte.

 

¡Qué gran descubrimiento! De repente empecé a sentir los primeros cambios, en 2 semanas perdí un par de kilos, no era un gran cambio en mi ropa, pero sí sentía que me concentraba más en el trabajo, que me cundía más el gimnasio… Empecé a sentirme raramente “libre”. Además adopté una disciplina estricta por mantener las 5 comidas recomendadas por Ylenia: desayuno, media mañana (fruta), comida, media tarde (más fruta) y una cena ligera. ¡Dormía 8 horas del tirón! Y me despertaba descansado; a pesar del verano abrasador en Madrid, sudaba muchísimo menos… ¿Qué mejor recompensa que sentirme despierto, vivo y motivado para seguir con la dieta?

 

Pasaron las semanas, los meses, y al final conseguí perder más de los 8 kilos que me sobraban. Me deshice de un total de 15 kilos y gané seguridad, confianza en mí mismo, y una gran cantidad de conocimientos en torno a la alimentación y a lo que necesita mi cuerpo.

Re-aprendí a comer, a distinguir lo bueno de lo malo, y lo malo de lo “menos malo”, a saber que de vez en cuando un capricho puede ser permitido, pero nunca un hábito ni una costumbre de premio. A disfrutar del deporte y a aprovecharlo como vía de escape ante la debilidad, me hacía mucho más fuerte frente a la adversidad y a la inseguridad (mi meta ya no era tanto adelgazar como estar SANO y mantener BUENOS HÁBITOS). Con Ylenia he aprendido a torear los encuentros sociales, ya que en estado de dieta es muy complicado adaptarse a los bares, restaurantes, las salidas, los amigos, etc.

 

¡PERO NO ES IMPOSIBLE! Y la dificultad no llega tanto por la comida, sino por las opiniones de los que te rodean, que muchos se sienten incómodos ante gente que decide cuidarse y sacar fuera de su vida las tentaciones adictivas que no aportan nada, y se convierten en pequeños “diablillos”… Y saber que día tras día hay que equilibrar la balanza no es fácil, pero para eso ha estado Ylenia apoyándome, para saber diferenciar las opiniones tóxicas de las constructivas, y para saber que si alguien no aporta en tu vida, es porque no mereces tenerlo a tu lado. Las dificultades están en los ojos de los que no quieren avanzar ni crecer; si uno está dispuesto, es capaz de llegar a donde quiera.

 

Para mí han sido meses de aprendizajes constantes, de sentirme orgulloso por haber sido fiel a mí mismo y a mis decisiones, porque cuando te planteas un objetivo, una meta, y lo alcanzas, es el mayor refuerzo vital que te hace ser consciente de que la vida merece la pena, y de que hace más el que QUIERE, que el que puede.

 

Y para terminar, destacar que volvería a hacerlo una y mil veces, hoy en día soy feliz por la decisión que tomé en su día, por encontrarme con Ylenia en el camino, y por aprender tantas cosas de la alimentación y de mí mismo.

© Ylenia López-Llata

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